jueves, 24 de diciembre de 2015

Remordimiento - por Vespasiano
Remordimiento.
Aquel sábado del mes de julio prometía haber sido interesante y, si ella me hubiera dedicado un poco más de atención, habría sido un fin de semana maravilloso.
Llegado al punto de encuentro me di cuenta que eso no iba a ser posible: ¡Allí estaba el cabrón de Juanito!
«Yo nunca le hubiera engañado ni mentido — como solía hacer él y Pinocho — y, no por miedo a que me creciera la nariz, ¡Yo la quería de verdad! »
 ¡Que noche más calurosa! ¡No consigo pegar ojo!
“¿Qué tendría ese fulano, que yo no lo podía ni ver? ¡Qué asco me daba! Y encima Carmela le seguía el rollo”.
Estábamos subiendo una empinada cuesta cargando nuestras pesadas mochilas. Entre el grupo de caminantes podía ver su bonito trasero, ceñido por un pantalón vaquero. A su lado iba ufano, el cantamañanas.
“A mí no me daba muy buena espina. Sabía por otros amigos comunes que le gustaba la chica, pero no lo suficiente como para hacerle perder el sueño”.
¡Y aquí estoy, que no me puedo dormir!
Un sol de justicia repartía el calor por todo el campo. No veía la hora de alcanzar aquella arboleda de pinos resineros que marcaba la entrada al Parque Natural del Tajo.
« ¿Por qué no me volví?… ¡Cómo me arrepiento ahora!»
Habíamos alcanzado los márgenes de la Laguna de Taravilla. Yo caminaba rápido como si estuviera participando en una prueba olímpica.
No quería perderme ni un detalle de las piernas de Carmela cuando se quitara aquel pantalón y poder admirar también su generoso busto antes de que se metiera en el lago.
“¡Mi madre, que cuerpo lucía la muchacha!”
Estábamos metidos en el agua; entonces me zambullí y procuré agarrarle lo primero que pillara. No porque yo fuera un tarado, ¡no! Era para “darle por culo” al impresentable de Juanito.
«Encima el muy mamón ni se percató… ¿O tal vez sí? …Yo sabía que le daría igual. ¡Él no la quería!»
“¡Yo le hubiera roto la cara a ese mierda!”
Carmela nadaba, pero evitaba mojarse el pelo y no metía la cara en el agua para no desmaquillarse.
« ¡Qué hortera! Ir al monte pintada como si fuera a una fiesta».
«A mí eso me molestaba. Ya procuraría convencerla para que no se pintara cuando fuéramos novios y no porque yo fuera machista, sino porque una mujer no debería ir exhibiéndose por ahí de esa manera».
Sacamos nuestras viandas, teníamos bastante apetito y dimos cuenta de algunos bocadillos y bebidas.
Mientras tanto, un poco apartada del grupo, ella sacaba sus utensilios de pintura y maquillaje.
“¡Qué horror! Allí estaba perfilándose los labios y retocándose las pestañas”.
Antes de emprender la ascensión hacia los farallones dimos un vistazo general por la zona para recoger la basura que hubiéramos esparcido. Al alejarnos me pareció ver un destello entre las matas.
Subimos hasta el Cerro del Otero por intrincados y angostos senderos que a veces nos dejaban al borde de precipicios.
Estoy sudando copiosamente. ¡Qué angustia!
Hicimos un alto en el camino para descansar en el refugio, antes de descender por la otra vertiente hasta la Cueva de los Casares.
Al poco rato percibimos un leve olor a chamuscado al tiempo que una aparente niebla iba tomando cuenta del lugar.
Extrañados salimos a la puerta de la cabaña donde pudimos contemplar, estupefactos, cómo en el fondo del valle y en las laderas de la montaña se levantaban cada vez más extensas, negras columnas de humo.
«¡Por qué no me dejas en paz!»
De repente llegaron hasta nuestros oídos el crepitar de las ramas y la hojarasca quemándose. Entonces vivas llamas sobresalieron vorazmente por encima del bosque de árboles, mientras chispas brillantes se esparcían por el cielo arrastradas por el viento, semejando fuegos artificiales. El incendio eruptivo avanzaba velozmente hacia nosotros.
La visión dantesca del infierno se presentaba real ante nuestros horrorizados ojos.
A la carrera abandonamos aquellos picos huyendo despavoridos, descendiendo por vericuetos increíbles hasta ponernos a salvo.
…Sofocado el incendio al cabo de cuatro días, los diarios informaban:
“En la extinción han perecido, cercados por las llamas, once miembros de los equipos de bomberos”.
“Se han quemado diez mil hectáreas de robles centenarios y encinas de enorme valor ecológico”.
“Según los técnicos, han sido los reflejos del sol sobre un espejo abandonado, la causa de tan pavoroso siniestro”.
No pude seguir leyendo…
«¡Dios mío! ¿Hasta cuándo este sufrimiento?»

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miércoles, 16 de diciembre de 2015


¡QUE SUERTE!                              (16/12/15)

¡He cumplido setenta y cuatro años! Estoy feliz y pienso: « ¡Qué suerte he tenido durante todo este tiempo!»    
He tenido suerte de haber venido al mundo en un país bonito, a pesar de haber tenido que estar ausente de él durante muchos años; suerte por haber podido volver a él. Suerte de haber nacido sin ninguna secuela o tara importante; de no haber conocido de cerca ninguna guerra, ni padecido terremoto, tsunami o atentado, mismo habiendo siendo  usuario del tren  que diariamente me llevaba a mi trabajo en Torrejón de Ardoz.
De haber sido educado con cariño. De haber aprendido lo poco que sé con “maestros” que nos enseñaban valores, como la urbanidad y el respeto, inculcándonos la disciplina necesaria para convertirnos en personas decentes.
Suerte de haber aprendido una profesión que me ha permitido progresar en el campo industrial. De haber podido estudiar una carrera que me ha permitido conocer las más avanzadas tecnologías; así como excelentes profesionales y mejores compañeros de trabajo.  
Suerte por haber conocido otras ciudades, países y continentes; por haber sido emigrante, por haber tropezado con una persona cabal con la que he formado una familia.
Suerte de tener unos hijos no diré maravillosos, aunque para mí obviamente lo son, solo diré que estudiosos, trabajadores y honrados.
Suerte de tener unas nietas cariñosas y capaces, y un biznieto del que aún no conocemos su carácter, pero seguro que será buena persona; por ahora con sus tres añitos de vida, solo es la mar de “salao” y revoltoso.    
Tengo suerte de conservar amigos de mi juventud y los que hice después, por esas tierras que anduve, trabajando o acampando o en los viajes de mayores del Inserso.
He tenido suerte de haber podido actuar siempre con libertad haciendo en todo momento lo que creía conveniente, incluso cuando decidí no perder dos años de mi vida haciendo el servicio militar.
He tenido suerte de no haber sufrido ninguna enfermedad grave, ni intervención quirúrgica importante.
He tenido suerte de que no me haya faltado casi nunca el trabajo. Ni en tiempos de crisis, ya fuera en España o en Brasil.
He tenido suerte de no haber tropezado con mala gente, que en mi juventud y al no tener cerca a la familia, pudieran haber influenciado en mi carácter y derivar por adquirir malas prácticas, como  el  pillaje, las drogas, la bebida, o el juego.
Suerte de haber podido completar los años necesarios  de cotización a la Seguridad Social, para ahora poder disfrutar de mi jubilación.
He tenido suerte de que me guste la música y el canto y de haber formado parte a lo largo de los años de dos  “corales polifónica”  y  de “un coro rociero”. 
Suerte por haber podido en ese caminar, haber alcanzado la cifra de cincuenta y tres años junto a la persona elegida.
Suerte de haberme integrado en los grupos de Literatura de mayores, asistiendo a las actividades promovidas por “La Caixa”, o a los cursos y actividades ofrecidos por los centros existentes en la ciudad donde vivo.
Suerte de poder disfrutar de vacaciones en verano, y de algunos viajes esporádicos durante todo el año.
Y sobre todo gracias a Dios por haber tenido la suerte de haber nacido. Para haber vivido.
¡Hasta siempre!


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domingo, 13 de diciembre de 2015

PENSIONES                                                  (Página 1/5)                                    
                                                                    I                                            
En la primera pensión estuvo hospedado poco tiempo. Allí fue a parar cuando acabó la Formación Profesional, para trabajar en la capital. Juan apenas tenía quince años.
La siguiente fue una casa particular. Él compartía una habitación interior sin ninguna ventana que dejara entrar algún rayo de sol, con otros dos jóvenes. Tenía encima de una pequeña mesa la maleta donde guardaba su poca ropa.
Madrugaba cada domingo, para ir a jugar al fútbol con su equipo que disputaba la Liga Juvenil.  
De esta época soñadora recuerda su ilusión por llegar a ser futbolista profesional y su afición por la lírica, así como su paso por la Escuela de Maestría Industrial.
Pasados unos años su sueño futbolero se desvaneció. Su situación económica no le permitía pagarse los estudios de canto y en la empresa que trabajaba tampoco veía un futuro prometedor.  
Muy pronto tendría que hacer el servicio militar obligatorio — posiblemente en África — así que nuestro amigo, animado por la fiebre de la emigración de los años cincuenta acaba con sus huesos en otra pensión, pero esta vez lejos de España.
                                                                  
                                                                        II

En un pueblecito pequeño de una provincia manchega, un niño de nombre Alfredo, ingresaba en un monasterio de frailes, no porque tuviera vocación, sino más bien por la imperiosa necesidad de alimentarse.
Esto no lo pudo resolver con la entrada como lego en el convento; pues allí, entre ayunos y abstinencias o con la única refección diaria que hacían en tiempos normales — lejos de cuaresmas y otras efemérides todavía más austeras — seguía pasando las mismas necesidades que pasaba en su casa.
Si añadimos a esto el duro trabajo agrícola que desarrollaba en la finca del monasterio, además de los ritos de la congregación en completa soledad, amén de los castigos que le imponían por desobediencia, no le compensaba lo más mínimo permanecer enclaustrado en el convento.
Así que nada más cumplir la mayoría de edad abandonó el monasterio poniendo tierra por medio entre los tres, el cenobio, su familia y él.
…Después de haber tomado esa decisión, se encontraba alojado en uno de los muchos barracones que los alemanes tenían habilitados para albergar precariamente —y en muchos casos hacinados — a los trabajadores emigrantes. Donde la falta de confort y de calor humano, eran las características definitorias de los atributos de tales viviendas.                             
                                                                                             
Como Alfredo no había recibido ninguna formación, apenas pudo conseguir un trabajo como peón en una empresa del tejido industrial del norte de Alemania.                                                                    
Allí pasó muchas calamidades, incluido el frío del invierno vestido con ropa poco adecuada para la estación. Contaba que por desconocimiento del idioma probablemente habría llegado hasta ingerir comida enlatada para perros.
Dejar de pasar frío lo solucionó un día cuando cogió del perchero de un restaurante un estupendo abrigo, cambiándolo por la sobada cazadora que llevaba puesta al entrar.                                                                                                                   
Estaba hospedado en una….. , había aprendido a comunicarse con los nativos. Asistía a clases nocturnas de alemán y debido a su dedicación y fuerza de voluntad había conseguido un mejor puesto de trabajo.                                                                                     
Daba la impresión — al que le conocía — que la permanencia en ese país le hubiera mudado  su aspecto físico; pues parecía — a primera vista — que fuera un chico alemán, no muy alto pero eso sí, enérgico y decidido.
Cuando conoció a la que sería su mujer ésta le animó a que estudiara el ciclo inicial para poder acceder a la Universidad Técnica y entonces cursar la rama de Producción Industrial.
Mientras tanto compartió piso con otros emigrantes y entró a trabajar en una empresa de Automóviles. En esas fechas compaginó su trabajo con los estudios en el horario nocturno.
Con el transcurso del tiempo Alfredo y su novia se habían casado, pero no tenían hijos.                                                                                                                Al fin logró — no sin grandes esfuerzos — terminar sus estudios y obtener el tan soñado diploma.
Le faltaba coger experiencia, pero decidió volver a España aprovechando que una importante empresa multinacional alemana se había instalado en nuestro país.                                                                                                                                          

                                                                                                                     
                                                                      III

                                                                     
                                                                                                                               
Al llegar al país de destino — después de una larga travesía — alojaron a Juan en la Residencia de Emigrantes y lo encauzaron para que obtuviera los documentos de permanencia definitiva en el país. A los pocos días estaba trabajando ejerciendo su profesión en una importante empresa metalúrgica. 
Entonces se mudó a una pensión que regentaba un matrimonio español, ambos naturales de Galicia.
Allí pasó momentos de camaradería y buen rollo, con los otros huéspedes que — casualmente — eran todos de su misma nacionalidad.
Viviendo en esa pensión, un trágico episodio sucedió una madrugada con un compañero de cuarto, que padecía serios problemas psiquiátricos. En una amplia avenida, cercana a la pensión, fue atropellado por un coche, destrozando para siempre el sueño que éste tenía de regresar a España, para estar junto a su familia.                                                                                                   
De esta etapa, recuerda a otro paisano albañil —que allí vivía — que había trabajado durante años en la construcción de la nueva capital que se levantó en ese país allá por los años cincuenta. Le contaba este sujeto — en las tertulias —los muchísimos trabajadores que allí mal vivieron alojados en improvisados barracones, en el poblado que fuera habilitado para albergar a los mismos.                                                                                                                     
En la planta baja del edificio de la pensión había un emporio donde se vendía toda clase de alimentos.                                                                
También ese local, servía como punto de encuentro para ligar con las chicas del barrio — que allí se reunían — pasando momentos muy agradables y divertidos.                                                                                       
Pasados unos años Juan contrajo matrimonio y abandonó la pensión.
Durante su estancia en ese país, estudió por las noches el ciclo inicial y el colegial intensivamente, para poder ingresar en la Escuela Técnica Federal y obtener — después de tres años — el titulo equivalente a lo que era en España el de Perito Industrial.
Consiguió con esta formación técnica conocimientos que pondría en práctica en aquel país. Posteriormente los desarrollaría en España, cuando el destino quiso que nuestro protagonista volviera, después de estar algunos años lejos de su tierra.

                                                                     IV

En una casa particular de una ciudad del noroeste — allá por los años ochenta — coincidieron en la misma multinacional y compartieron habitación; Alfredo que había dejado a su mujer en Alemania y Juan que allí estaban recién llegados a esa ciudad, atraídos por una oferta de trabajo que le permitirían iniciar sus andaduras profesionales en España después de sus aventuras migratorias.                                                                                              
                                                                                                                                                    
En estos primeros meses de convivencia, compartieron todas las horas de ocio de que disponían — solían ir a cenar juntos — y los fines de semana iban a ver algún partido de fútbol, o frecuentaban los bares donde había música en directo.                                                                                                                      Alfredo, que entre otras virtudes tenía la de enrollarse con la primera chica que se le cruzara en el camino, más de una vez dejó a Juan hablando sólo por la calle, cuando aquel se volvía para abordar a la posible víctima de sus escarceos.                                                                                                                
Pasado un tiempo ambos se fueron distanciando. Juan había alquilado un piso — ya finalizado el curso escolar— para reunirse con su familia.
Alfredo había dejado la habitación que compartían. También alquiló un piso donde vivía con su mujer que había llegado de Alemania.
Alguna que otra vez coincidieron a la salida del trabajo. Tomando unas copas recordaban anécdotas y situaciones que habían vivido juntos. Al parecer según le cuenta a su amigo, Alfredo se había encaprichado de una prostituta. 
El hecho de no hablar alemán le impedía a Juan acceder a mejores puestos dentro de la compañía; así que ante la posibilidad de mejorar sensiblemente su status profesional, éste le comunica a su amigo la decisión que ha tomado de cambiar de empleo. Esto le llevó de nuevo a otra ciudad, donde se hospedó en una habitación de un piso particular.
En aquel trabajo Juan se encontró con un pésimo ambiente laboral y continuadas huelgas. Trabajar allí resultó ser una pesadilla para él. Después de un largo calvario al fin pudo ver la salida del túnel cuando consiguió abandonar ese empleo.                                                                                                  
                                       
                                                                       V

La vida de Alfredo también había tomado otros derroteros. Tenía más experiencia laboral y trabajaba en otra importante compañía metalúrgica.
De aquí recuerda con tristeza el accidente laboral que sufrió un joven trabajador y del cual se siente hasta el día de hoy responsable.                                       
La máquina sobre la cual el trabajador tenía que operar no estaba debidamente preparada, y él no tuvo suficiente energía para enfrentarse al dueño de la empresa e impedir que se actuara sobre ella en esas condiciones, resultando que el chico quedara atrapado y perdiera parte de dos dedos de su mano derecha.
Juan supo que el matrimonio se había separado. Habían tenido dos hijos, ganaba lo suficiente para alquilar un piso, pero tenía que mandar dinero para su familia que había regresado a Alemania.
Vivía en una habitación él solo, donde la dueña del piso le dejaba llevar a la chica que hubiera ligado ese día, para correrse una buena aventura.                                                                                                               

                                                                                                    

                                                                      VI


Después de aquella mala experiencia laboral, Juan había conseguido un nuevo empleo en el que ahora sí estaba contento. Vivía en una habitación, cuya dueña alquilaba todas las habitaciones del inmueble ya que ella vivía en otro piso por debajo de aquel, desde el cual controlaba el funcionamiento de la pensión y el buen comportamiento social de los huéspedes.                                             
                                                              

                                                                                                                        /
En esta etapa de su vida Juan se desplazaba todos los fines de semana, a la ciudad donde habían quedado su mujer e hijos viviendo hasta el final del curso escolar. Después de unos meses, Juan alquiló un piso para reunir de nuevo a su familia.                                                                                                                     
Pasado el tiempo ésta empresa fue vendida a un fuerte grupo industrial, que la trasladaría a otro pueblo de nuestra geografía.                                                                                                                    
En esta ocasión se hospedaría en el único y modesto hotel que había en ese pequeño pueblo, durante unos meses, hasta terminar el traslado.                                                                                                                       Después del arranque de la producción, cansado de tantos cambios y mudanzas y, de estar lejos de la familia, decide poner fin a su periplo por las pensiones, hoteles y casas de hospedaje. Rescindió el contrato con la compañía volviendo a reunirse con su familia.
Parecía que efectivamente se iría a estabilizar su situación. Había encontrado un buen empleo cercano a la capital y, acomodado a la familia ya no buscaría más cambios de empresas que lo llevarían de la “ceca a la meca” y a pensiones variopintas, donde muchas veces había llorado de tristeza.                                                                                                                                                                                       
                                                                                                                           

                                                                      VII    
                                                                    

Mientras tanto el espíritu inquieto de Alfredo le había llevado a otra importante ciudad de nuestro país donde estuvo ejerciendo su profesión ocupando un puesto de responsabilidad en una empresa siderúrgica.
Ya no vivía en ninguna pensión, ni tampoco en ninguna casa de huéspedes; había alquilado un bonito piso y vivía emparejado con la prostituta que un día lejano le presentara a su amigo Juan.
Durante el verano aprovechaba las vacaciones para ver a sus hijos que estaban estudiando y viviendo con su madre en Alemania.
                                           
                                                                     VIII

....Para Juan la vida laboral era estable, tenía el reconocimiento de sus jefes por el buen desarrollo de su trabajo en la empresa y la convivencia familiar era feliz y agradable. Habían pasado algunos años de aquel ir y venir de pueblo en pueblo y de trabajo en trabajo. Sus hijos estaban estudiando en la Universidad y preparándose para el futuro. En el plano económico la situación era desahogada y el matrimonio disfrutaba de paseos, viajes y vacaciones placenteras. Pero las cosas cambiaron de repente debido al mal proceder de nuestro amigo, que hacen perder la confianza que su mujer tenía en él y la excelente relación que mantenía con ella se resquebraja llegando a una ruptura que es tremendamente dolorosa para ambos.                                                                                            
                                                                                                                   
El resultado de aquella situación es que nuevamente veíamos a nuestro amigo alojado en una pequeña y cutre habitación de una pensión del pueblo donde vivían, cuya cama desvencijada e incómoda le provocaba fuertes molestias de espalda, añadido al dolor de la separación de sus hijos que le hacían las noches amargas e interminables. 
Aunque fueron pocos los meses de permanencia en aquella pensión, la añoranza de sus hijos, la soledad, y la ausencia de diálogo familiar hacían que se sintiera una persona muy desgraciada.
En aquella insoportable situación, le ayudaba a vivir, las visitas casi diarias que recibía de su hijo, que eran una alegría y un apoyo moral indescriptible para él.                                                               

                                                                                                               
 .....Reconciliado con su mujer, todo volvió a la normalidad. Los veíamos gozar de una vida más tranquila, disfrutando de las travesuras de su primer nieto.
Y así espera cerrar su paso por este mundo, deseando la felicidad para todos los suyos y pidiendo que las circunstancias de vida tan difíciles que atravesamos — en estos momentos de crisis — no obliguen a ninguno de ellos a peregrinar de pensión en pensión en busca de un utópico futuro mejor, pero desconocido y tremendamente incierto.
                                                                                                            

                                                                     IX
                                                                                     
                                                                  
                                                                                                             
Juan y Alfredo han manteniendo siempre contacto telefónico y, últimamente por WhatsApp; por eso Juan sabía que los hijos de Alfredo se habían formado y se habían emancipado.
Alfredo se había desligado de su pareja y había vuelto a vivir con su mujer que regresó de Alemania. Éste había permanecido trabajando en la misma empresa siderúrgica durante todo ese tiempo.
Parece que hubiera sentado la cabeza, y por la edad de nuestro personaje ya no tendrá necesidad de buscar trabajo, ni cerca ni lejos de los suyos, ni tendrá que compartir habitaciones con otras personas, optimistas, inestables, pesimistas, desdichadas o inmaduras.
Ahora el matrimonio tiene un par de nietos que son la alegría de toda la familia.

                                                                 
                                                                        X

....A mis amigos de este relato, les deseo todo lo mejor dedicándoles este recuerdo escrito en homenaje a todos los emigrantes que fuimos, en aquellos años difíciles de nuestra historia.


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sábado, 24 de octubre de 2015

Memorias de un Guardameta.      (18/08/2015)               

Los entrenamientos del martes y del jueves de aquella semana los hicimos jugando contra los integrantes del primer equipo. ¡Que ilusión! ¡Entrenar defendiendo la portería frente a aquellos profesionales!
No sé cuántos goles nos marcaron, pero si recuerdo las paradas que pude hacer, durante el calentamiento, a disparos de los delanteros, y las salidas temerarias, durante el partidillo, a los pies de aquellos corpulentos jugadores. 
Domingo por la mañana. Reunión con los compañeros. Espera impaciente por la llegada del entrenador.
Al subirnos al autobús del club, con logotipo y escudo incluidos, me acompañaban la sensación de pertenecer a un gran equipo de fútbol y los sueños de grandeza profesional y deportiva futuros.
Al llegar al pueblo vecino, como solía ser habitual, nos esperaba el recibimiento hostil por parte de la hinchada contraria que a veces me intimidaba.
En el frío y cutre vestuario del equipo contrario, distribución de las camisetas. ¡Alegría porque voy a jugar de titular! Responsabilidad y nervios.
Charla del entrenador. Consejos tácticos y consignas de motivación colectiva.
Aquel partido era el último del campeonato de ese año. Necesitábamos al menos un punto para mantenernos en la categoría.
En mí, la tensión a flor de piel.
« ¿Por qué estaba allí sufriendo?» — Me preguntaba.
« ¡Desafío personal y de autoestima!» — Me respondía.
La salida al campo, acojonante, entre la afición contraria que había hecho una especie de pasillo que teníamos que atravesar, escuchando improperios de la más diversas categorías.
El sorteo de saque de inicio y cambio de portería nos deparó jugar contra el Sol la primera   parte.
La gorrilla calada hasta las cejas. Ajuste de las rodilleras y coderas. El campo, de tierra, aconsejaba a tomar todas las precauciones posibles contra golpes y deslizamientos.
La primera intervención en cada partido para mí era decisiva, necesitaba coger aplomo y seguridad, pero también sabía que habría de acompañarme la buena suerte.
Pitido inicial. ¡Fuera preocupaciones! ¡Había que ganar!
…Y allí estaba mi primera oportunidad. Cubrí el poste más cercano a la jugada previendo un disparo hecho sobre la carrera, pero el extremo decidió centrar. El balón caía sobre el área grande y salí con decisión para atajarlo. Esto me tranquilizó.
¡Pero quedaba una eternidad! Y a pesar de disfrutar jugando yo quería que el partido ya hubiera terminado.
Mediada la primera parte, corría como un gamo hacia la portería, el delantero contrario con el balón controlado. No había tiempo para titubeos, salí a la desesperada, y sin pensarlo dos veces me arrojé al suelo arrebatándole el balón de los pies cuando se disponía a disparar.
…Había acabado el primer tiempo, ¡ya no había en mí ningún vestigio de intranquilidad!
A la reanudación, la tónica del partido seguía el mismo guión de la primera parte. En un momento de agobio por el acoso del equipo rival, me estiro hasta la base del poste derecho donde consigo con apuros, desviar a córner un balón que se colaba.
¡Saque de esquina! ¡La jugada que más temía! El área llena de jugadores, propios y contrarios. ¡Empujones! Marcajes férreos para evitar el remate de los contrarios.
Sabía que el área pequeña me pertenecía, sabía que debía mandar allí pero si la pelota venía abriéndose debería salir con toda la fe del mundo para atrapar el esférico entre las cabezas de propios y ajenos.
Y así fue. El balón venía con fuerza y caía en una zona entre yo y los jugadores que defendían y atacaban. Medí la distancia mentalmente. Entonces salí de la cueva y me elevé estirando los brazos al límite, por encima de los demás, atrapándolo con firmeza.
…Corría el minuto setenta y cuatro; el marcador cero a cero. Por la banda libre de obstáculos se desplazó el extremo contrario como una flecha hasta llegar a la altura del pico del área. Con habilidad y colocación soltó un zapatazo que convirtió aquel balón en un centro medido. Yo calculé mal la salida o titubeé una fracción de segundo y el balón me sobrepasó. El delantero lo golpeó con la cabeza y certeramente lo clavó dentro de mi portería.
El sentimiento de impotencia y frustración que se apoderó de mí, era imposible de disimular. ¡Mi fallo podría costarnos el descenso!
Si el partido ya era complicado antes de recibir el gol, ahora era casi imposible contener el ímpetu del equipo contrario que jaleados por un público incontinente detrás de las vallas de protección, se situaban casi al borde del terreno de juego, donde unos pocos guardias municipales no conseguían mantenerlos a raya.
Los ataques a nuestra portería se sucedían unos tras otros, pero afortunadamente fueron cortados por nuestra defensa o los disparos salieron lamiendo los postes.
Pero yo confiaba que llegaría alguna oportunidad que me resarciera de aquella aciaga intervención.
Y ya casi en los minutos finales, ¡sucedió!
Se jugaba cerca del área grande donde los delanteros contrarios triangulaban, intentando sobrepasar nuestra tocada defensa.
Yo estaba tapado por las piernas de tantos jugadores, ¡no veía donde estaba la pelota! Me incliné hacia la derecha justo a tiempo para ver como el delantero más hábil había recibido un pase magistral. Controló el balón y disparó dirigiéndolo hacia aquel lado de la portería que hacía un instante estaba desguarnecido. El trallazo le salió a media altura. Yo volé hacia el balón. No lo despejé. Lo bloqué con firmeza. La fuerza del impacto me hizo girar el cuerpo en el aire. Pero no solté la pelota. Caí al suelo protegiendo el posible escape del esférico de entre mis brazos.
¡No quise detenerme a disfrutar de aquella sensacional parada!
Percibí que aquel casi cantado, pero frustrado gol, había dejado al artillero lamentándose, y a los jugadores contrarios incrédulos y parados. 
Me incorporé rápidamente y saqué fuerte hacia la banda derecha donde estaba nuestro extremo. Éste hábilmente, al recibir el balón, lo metió en profundidad hacia el centro del campo donde nuestro espigado y rápido delantero, lo ganó en la disputa con el defensa contrario. Avanzó hasta ver la salida del portero, al que le cruzó el balón poniéndolo fuera de su alcance y... ¡Goooool!
«¡El empate nos salvaba!»
«¡Gracias Juanín!» «¡Qué peso me has quitado de encima!»
…A la temporada siguiente, el míster me citó y me comunicó:

— Podrás seguir con nosotros hasta que cumplas los dieciocho años. Pero no podrás entrenar con el primer equipo, como pretendíamos. —Eres valiente, tienes colocación, vas muy bien por bajo y tienes óptimos reflejos... — ¡Pero te faltan centímetros para jugar en ese puesto! 


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domingo, 11 de octubre de 2015


De cómo se conocieron Caperucita Roja y Blancanieves.   (15/03/14)

Era un bonito día de sol y Caperucita iba como siempre a la casa de su abuelita para llevarle la comida, caminaba cantando alegremente y recogiendo del campo, tan florido por causa de la primavera que recién había comenzado, las más bonitas y coloridas flores que exhalaban un perfume suave y duradero.
De repente el cielo se oscureció y una gran tormenta de agua parecida a un diluvio inundó el camino por el que transitaba nuestra amiga, que de repente se vio arrastrada violentamente por la riada ladera abajo, cuando muy asustada y sin poder asirse a cualquier rama o tronco de árbol para impedir la caída, se agarraba con fuerza a la cestita de mimbre en la que llevaba la comida para la abuela. Comida que ya se había caído de la cesta perdiéndose entre las aguas turbias.  Así que ella sacando fuerzas de donde podía y tomando impulso se montó en la cesta que flotaba por encima del agua. La corriente la arrastraba con tal fuerza que la hacía subir velozmente por encima de los montes que rodeaban el bosque. Así pasó mucho tiempo hasta que la lluvia cesó; entonces la fuerza de la riada fue disminuyendo y el nivel del agua fue bajando hasta que Caperucita quedó retenida por unos arbustos en los que quedó enganchada.
Muy asustada bajó hasta el suelo enfangado y se llenó de barro sus lindos zapatitos que había estrenado aquella misma mañana, y rompió a llorar desconsoladamente, diciendo para ella misma:
« ¡Oh Dios mío! ¡No sé dónde estoy!» « ¿Cómo voy a hacer para llegar a mi casa o a la de la abuelita?» « ¡Ahora que no tengo ninguna comida ni miel que llevarle!» « ¡Ya que el agua ha arrastrado todo lo que llevaba en la cesta!»
Poco a poco las nubes se fueron alejando y se abrieron grandes claros en él cielo, que permitieron dar paso a la luz del sol; así que Caperucita pudo ver a lo lejos el camino que bajaba hacia el valle, donde había un río caudaloso y una gran cantidad de árboles frondosos que por motivo de la avalancha de agua habían perdido todos sus frutos.
Hacia allí se dirigió y al poco tiempo descubrió una casita blanca con varias ventanas de madera pintadas de diferentes y vivos colores muy llamativos. De su chimenea salía una columna de humo que el viento esparcía por el valle, al mismo tiempo que traía olores de alguna comida sabrosa que sin duda se estaría cocinando en el hogar.
Cuando llegó cerca de la casa vio una ventana abierta y se acercó con la intención de pedir ayuda.  Cual no fue su sorpresa cuando vio allí dentro de la casa una linda joven, cuya cara era blanca como la nieve, que sentada a la mesa con unas criaturas pequeñas consumían las viandas que tenían colocadas sobre un bonito y bordado mantel.
Caperucita al ver a la chica tan bonita y tan frágil y a los enanitos, sintió envidia de ella porque la vio feliz y acompañada, mientras ella estaba sola con su madre y además la abuelita vivía lejos de su casa y todos los días tenía que jugarse el tipo cruzando el bosque con miedo que el lobo la atacase. 
Así que pensó en marcharse sin pedir ayuda, pero hizo ruido sin querer y esto llamó la atención de los enanitos que salieron a la puerta para ver qué había ocurrido. Entonces vieron a Caperucita que estaba chorreando de agua. Así el enano más pequeño, que además era mudito, se aproximó hasta ella y cogiéndola de la mano la llevó hasta la puerta de la casa y le indicó que entrara. Allí los otros enanitos la acogieron con sonrisas y le dijeron que se sentara con ellos.
Blancanieves al verla tan mojada le ofreció uno de sus vestidos y le dijo que se secara el pelo y la cara para que no cogiera frío. Al enanito mudo, aunque no puede hablar, se le nota en los ojos la admiración que siente por Caperucita y por su vestimenta tan llamativa de color rojo. Todos estaban alegres ante la posibilidad de tener en un futuro una amiga tan bonita como Caperucita.
Una vez  que Caperucita se hubo cambiado de ropa, Blancanieves y los enanitos empezaron a preguntarle cosas para saber su nombre, donde vivía, porqué y como había llegado hasta allí.
Así que se hicieron amigos y empezaron a cantar y bailar celebrando el encuentro. Después prepararon una suculenta merienda con nueces, castañas, almendras y moras de zarza.
Más tarde todos jugaron al corro de la patata. Hicieron tanto ruido que llamó la atención del lobo, que estaba sin comer desde hacía mucho tiempo. Éste se presentó de repente en la casa y arrancó la puerta de cuajo pensando en el festín que se iba a pegar comiéndose a los siete enanitos. ¡Pero cuál fue su sorpresa cuando vio a Caperucita sentada a la mesa! Ésta armándose de valor cogió la cesta de mimbre en la que llevaba la comida de la abuela y se la arrojó con toda su fuerza al lobo, que ya estaba prestes a agarrar a uno de los enanitos que corría despavorido  a esconderse; éste quedó por un momento medio aturdido por él golpe. Los enanitos  aprovecharon esta coyuntura y se encaramaron a una mesa y formaron una torre subiéndose unos encima de otro. La torre humana era difícil que se mantuviera en equilibrio y, a punto estuvieron de caerse cuando el lobo enrabietado se abalanzó sobre Caperucita que corría a esconderse debajo de la mesa donde ya estaba protegida Blancanieves.
Pero he aquí que surgió de repente la figura gallarda del Príncipe Fernando que cortejaba a Blancanieves, que rápidamente le asestó tal golpe con su espada en la cabeza al lobo que se la cortó.
Después de esto, el Príncipe al ver a Caperucita, se quedó prendado de ella y se ofreció para llevarla a casa de su abuelita antes que se hiciera de noche ya que Caperucita no sabía dónde se encontraba y no podía volver a su casa pues no conocía el camino. Prepararon  los enanitos la cesta de Caperucita llenándola de frutas, nueces y miel para que las llevara a su abuela.
Al despedirse Caperucita prometió volver a visitarlos y jugar con ellos y montando a la grupa del caballo del Príncipe ambos se alejaron a galope.
Después de dejar a Caperucita en la casa de la abuela, y entregarle los regalos que llevaba para ella, marcharon a la casa de Caperucita donde la madre ya estaba preocupada por la tardanza de ésta, pues el lobo siempre estaba merodeando por el camino a la captura de los niños que distraídamente se adentraban en el bosque sin sus padres.
De vuelta a la casa de Blancanieves, el Príncipe iba pensando por el camino si no sería mejor cambiar de pareja y casarse con Caperucita, así que paró de galopar y se apeó del caballo. Entonces cogió una margarita de las muchas que había por el campo al borde del camino, y comenzó a deshojarla diciendo: blanca, roja, blanca, roja, blanca, roja, blanca. Quiso la suerte que el último pétalo fuera para Blancanieves, pues sino tendrían que haber cambiado el cuento. Así que Blancanieves y el Príncipe se casaron  después de algún tiempo y Caperucita estuvo presente en la boda y fue la dama de honor junto con los enanitos que ejercieron de pajes llevando las arras y los anillos.
Por supuesto que Caperucita fue muchas veces a la casa de los enanitos para jugar con ellos y celebrar que el lobo malvado ya no volvería a    molestarlos nunca más.
Y colorín colorado, esta historia extraña y desconocida se ha terminado.
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