martes, 6 de septiembre de 2016

Mis primeros pasos por el mundo (2)


Mis primeros pasos por el mundo.  (2)                         

Recuerdo mi participación en Radio Nacional de España encaramado en una silla, porque no llegaba al micrófono, declamando una poesía patriótica que ensalzaba la figura del “Caudillo”,  y mi pertenencia a la “Acción Católica” en la parroquia de mi barrio; porque la “poesía” me la enseñaron en la catequesis. Bueno, hasta aquí todo normal para la época, porque “Iglesia” y “Estado” iban siempre cogidos de la mano.

Por aquellos años era frecuente escuchar en las emisoras de radio el espacio reservado a la audición de los discos dedicados, pues la situación económica de muchísima gente no permitía la compra de los mismos y mucho menos tener una “gramola” o un toca-discos en su casa.

En el año 1881, en la Iglesia de Santiago, situada muy próxima a la plaza de La Merced fue bautizado Pablo Ruiz Picasso: como yo lo fui muchos años después, ya que nací en una casa de la calle Madre de Dios en el año 1941.

Esa iglesia que años más tarde yo frecuentaría con asiduidad, es la más antigua de la ciudad. Tiene anexa al cuerpo principal una torre de estilo mudéjar que era utilizada como minarete por los árabes que durante siglos dominaros aquellas tierras.

A esa torre que con el paso del tiempo fue reconvertida en campanario, subía yo junto con el campanero cuando éste iba a repicar las campanas para anunciar la celebración de algún evento extraordinario, ya que el toque de llamada a la misa diaria o a difunto, lo realizaba normalmente desde abajo mediante una cuerda que colgaba desde la menor de ellas hasta al suelo de la parroquia. Para mí resultaba un espectáculo ver como el hombre se subía y se bajaba de la más grande para poco a poco ir dándole impulso hasta conseguir voltearla y continuar empujándola después para que no perdiera velocidad y hacer que su sonido junto con el de las demás, que antes había puesto a girar, llegara acompasado, fuerte y vibrante a todos los rincones del barrio. 

A esa edad, mi asistencia al santuario estaba más bien motivada por los juegos que podía disfrutar en los salones que estaban a disposición de los niños que pertenecíamos a la “Acción Católica”.  

Otra actividad que me gustaba, y para la cual siempre me llamaba la “catequista” era  participar en la agrupación artística de la parroquia, que asiduamente y con motivo de cualquier celebración, siempre de cuño religioso, organizaba alguna representación teatral. El grupo debía ser razonablemente bueno, pues llegamos a representar algunas obras en el Palacio Arzobispal, en más de una ocasión, para el entonces Obispo de la ciudad. 

En aquellos “bonitos años” de mi infancia, veo a mis padres despertándonos muy temprano en época veraniega, para llevarnos a la playa, antes de ellos abrir la tienda diariamente, para que disfrutáramos del mar y de los benéficos primeros rayos de sol.

La visión de un tren y el paso lento del mismo dentro de un túnel que nos dio un tremendo susto, es una escena que no olvido, cuando mi padre y yo caminábamos por él para cortar camino y acceder a una playa muy concurrida y alejada de la ciudad, la playa del Peñón del Cuervo, que era muy frecuentada en días de fiesta, como la del 18 de julio, cuando les daban a los trabajadores una paga extraordinaria y las familias salían al campo o a la playa, para pasar el día bañándose y comiendo las viandas que ya llevaban preparadas desde casa.
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