domingo, 15 de enero de 2017

Tenacidad y heroísmo
             

En las reuniones familiares los hombres solemos hablar de las peripecias vividas durante nuestra etapa de soldado. Entonces me llegan recuerdos del servicio militar obligatorio que hice en el Sahara Español.

Mis compañeros de Arma y yo sufrimos los ataques del Frente Polisario, que atentaban contra los yacimientos de fosfato y las instalaciones de empresas españolas.  
En el año 1975, el rey de Marruecos, Hassan II, ordenó la invasión de aquellos territorios.
  
Mientras sucedía el desplazamiento de los integrantes de la “marcha verde” por el desierto, la administración española organizaba la Operación Golondrina, destinada a evacuar a los habitantes de aquella colonia entre los que, por mi situación militar, me encontraba.

Nuestra retirada dejó el campo libre al ejército marroquí que inició una táctica de tierra arrasada contra la población saharaui, incluyendo saqueos de sus hogares y envenenamiento de los pozos de agua.

Millares de mujeres, hombres y niños tuvieron que huir a través del desierto para refugiarse en Argelia.

Han pasado muchos años de aquellos desgraciados acontecimientos.

Desde entonces los saharauis viven en el desierto argelino, en la Hamada de Tinduf, una de las zonas más inhóspitas del mundo, donde no hay apenas electricidad y el agua potable la suministran por medio de camiones cisternas.

Un día, el grupo de amigos que allí estuvimos haciendo la mili, decidimos volver a aquellas tierras para encontrarnos con la realidad del pueblo saharahui y llevarles nuestra ayuda solidaria.

Nos reunimos con Brahím, jefe del consejo local, con Nasrat y Mansur en el campamento de Smara, donde quedamos asombrados de ver cómo habían conseguido sobrevivir en medio de aquel desierto estéril.

Nos recibieron hablando un castellano perfecto. Esperábamos que, después de nuestra salida de aquella colonia y de que hubiesen perdido la nacionalidad española, hablaran la lengua árabe o su dialecto llamado hasanía.

Al abrazarnos afloraron nuestros sentimientos más profundos y les pedimos sinceras disculpas por haberles abandonado a su suerte ante el avance de las tropas marroquíes.


—Ya veis, aquí la vida transcurre en la “haima” y el tiempo pasa lentamente soportando altísimas temperaturas, que contrastan con las lluvias torrenciales que a veces inundan nuestro campamento   —nos explicó el profesor Mansur.

—¡Cómo sentimos esta interminable situación que estáis atravesando! —dije bastante apenado.

—¡No merece la pena reabrir heridas! ¡Cuán equivocados estábamos los que pensábamos que hostigándoos conseguiríamos la independencia de nuestro pueblo! —dijo Mansur, tratando de suavizar la tensión.

—Os estamos muy agradecidos por la ayuda que desde España nos suministráis; pero no queremos vivir de las ayudas, sino de lo que produce nuestra tierra    — apostilló Brahim visiblemente emocionado.

—¡Tenemos una deuda moral con vosotros! Pero qué entereza demostráis llevando adelante, sin recursos, la escolarización de vuestros niños   —comentó nuestro compañero Fabián.

—Aunque desgraciadamente,  —recordó Mansur—  nuestros hijos tienen que abandonar la escuela al terminar el ciclo medio, y marcharse para continuar sus estudios en España, Cuba o Argelia. Muchos de los que aquí están trabajando tienen estudios superiores y ayudan a la comunidad en materia educativa y sanitaria.

—Sí, no podemos olvidarnos de que muchas de nuestras mujeres sufren de anemia y un tercio de los niños de desnutrición crónica   —apostilló el doctor Nasrat.

—De cualquier manera tiene un mérito extraordinario que hayáis podido construir, en medio de la nada, los pilares básicos de un Estado, Brahím  —insistí tratando de estimularles.

—Eso lo tenemos que agradecer a nuestras mujeres; ellas levantaron estos asentamientos y crearon su estructura administrativa mientras los hombres luchábamos contra las tropas marroquíes   — nos aclaró él orgulloso.

—Pero la lucha continúa  —exclamó Mansur—  ,mañana iremos a un desfile para reivindicar nuestro derecho de autodeterminación.

Al día siguiente, emplazados delante de la alambrada que separa el campo de refugiados del territorio ocupado, coreábamos las consignas en favor de la independencia.

Los ánimos se caldearon y un grupo de jóvenes arrancó parte de la valla, por donde penetraron en el suelo de su patria.

Brahím, brazos en alto, delante de la alambrada rota trataba de detener a aquella multitud enardecida. Un disparo le segó la vida al tiempo que una mina estallaba, arrancándole las piernas a un chaval de diecinueve años que había traspasado la barrera.
               
Todos huimos de allí despavoridos. Al anochecer cesaron los disparos y conseguimos recoger el cuerpo sin vida de Brahím. En sus manos, sostenía una revista donde podían leerse los versos del poeta Bahia Awah que comienza así:
Yo tengo un sueño. ¡Ese día de paz! (…)

El gobierno marroquí emitió un comunicado oficial afirmando que se habían efectuado disparos contra los militares, y que estos habían respondido convenientemente contra los manifestantes.


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1 comentario:

  1. Oh paz, cuánto es anhelada. Un día, Vespasiano, la veremos.

    Un abrazo, ¡NL!

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