miércoles, 19 de abril de 2017


Honras militares

Susana esperaba en el Cementerio Nacional de Arlington la llegada del ataúd que contenía los restos mortales del último marine muerto en Irak.

Mientras tanto su mente no paraba de traerle recuerdos de su vida con el militar.

Susana había esperado durante los años de su matrimonio un poco más de cariño y dulzura por parte de su marido y una mayor dedicación de este en la educación de su hijo, en vez de enrolarse una y otra vez en misiones arriesgadas en tierras que ni le sonaban.

—“¡Es mi deber!”  —le decía, cada vez que se despedían.

«Primero fue la guerra de Bosnia en la antigua Yugoslavia. Después Afganistán… y ahora en Irak, ¡había perdido la vida!». Se lamentaba interiormente Susana. 

La ceremonia del entierro estaba llena de solemnidad. El Secretario de Defensa y otras autoridades civiles y militares arropaban a la viuda que mostraba una entereza fuera de lo común. Ni una sola lágrima había aflorado en sus mejillas en todo aquel tiempo de tensa espera, propio de la ocasión luctuosa.

Después de las salvas de rigor el Coronel Jefe del Batallón inició su semblanza elogiándolo encarecidamente:

Este ejemplar soldado ha muerto en tierras de Faluya en una misión arriesgada hostilizando a los terroristas chiitas, cuando el vehículo que maniobraba volcó siendo aplastado por el mismo.

Sin poderlo evitar, la viuda pensó, «¡Seguramente estaría borracho! ¡Por eso no fue capaz de controlar el blindado!».

La tropa presente permanecía atenta, en posición de respeto, a la plática del coronel:   

Su implicación en las tareas colectivas de la compañía que mandaba, es otro valor añadido a su impecable hoja de servicio.

«¡El desgraciado se implicaba demasiado!», recordó tristemente.  

Seguidamente Susana revivió episodios protagonizados por el militar:

«Un año, en la celebración del cuatro de julio en la Base Militar de Bagran, estaba trompa perdido y casi pierde un ojo cuando estaba tirando cohetes para abrillantar la efeméride. ¡Y encima le condecoraron!».   

La importancia que daba este hombre a los valores del trabajo en equipo   —continuó el coronel— ayudando a los más débiles…

«¡Sería allí! Porque en casa no era capaz ni de limpiarse las botas llenas de barro cuando volvía de las maniobras».  

El trato enérgico, pero correcto —añadió el orador— con sus subordinados…  

«¡Sí, sí!…Pero conmigo siempre la liaba», pensaba apenada la mujer.   

Mezclados con los recuerdos volvía a escuchar las voces airadas del esposo:

«¿Dónde has puesto las llaves del coche? ¡Furcia de mierda!», otras veces la menospreciaba, «¡Eres una inútil! ¡No sabes cuidar ni de tu propio hijo!».

A continuación, el capellán castrense comenzó su elegía embargado por la emoción del momento:

Estamos aquí para encomendar el alma del Capitán Brayden Hart a la presencia de Dios Nuestro Señor, y para honrar su memoria resaltando muy concretamente, los valores morales de nuestro querido capitán.

En ese momento a Susana le asaltó el recuerdo de aquella conversación que mantuvieron su esposo y sus compañeros de cuartel, y que ella escuchó de manera fortuita, cuando celebraban el cumpleaños del Teniente Parker Coleman.

«¿Te acuerdas Brayden, de cómo nos tiramos a aquellas moras la noche que conquistamos Tal Afar?», se vanagloriaba el teniente.

«¡Cómo no voy a acordarme! ¡La hija de puta estaba como un tren!».

«¡Anda, que la que yo me follé, no le iba a la zaga! Menudas tetas tenía la tía», continuó ahondando en la escena el teniente.

«¡Sí, es verdad!  —corroboró el capitán— Pero la cabrona no quería mamarte la polla. Si no hubiera sido por mí, que le agarré la cabeza, te hubieras quedado con la ganas. Estabas demasiado borracho para saber lo que tenías que hacer».

«¡Para con eso! Creo que está llegando tu mujer», cortó la conversación bruscamente el teniente.

Ahora Susana sí tenía ganas de llorar. Pero se contuvo. No le apetecía dar la sensación de que estuviera llorando por él.

Como cierre del sepelio, el Secretario de Defensa inició su discurso diciendo:

Hoy estamos anunciando con orgullo que al difunto le ha sido concedida, a título póstumo, la medalla de honor como reconocimiento a la valentía e intrepidez demostrada por el capitán con riesgo de su propia vida.

Dicha condecoración —continuó el coronel— lleva implícita una recompensa económica, de treinta y cinco mil dólares.

 «¡Esto me va a venir de maravilla!», pensó la viuda, acostumbrada que estaba a hacer cuentas para sostener la economía familiar, ya que la mitad de la paga del héroe se le iba a este en partidas de póker con los compañeros de arma; en copas y en caprichos propios de una persona inmadura.

Años más tarde diferentes medios de comunicación internacionales sacaron a la luz pública, gracias a una denuncia del hermano de una de las mujeres violadas, los desmanes cometidos por miembros de las fuerzas de ocupación americanas en Afganistán.

Por este escándalo le fue retirada la condecoración al capitán Brayden Hart y exigieron, a su viuda la devolución del importe económico que llevaba aparejada la medalla.

Pero esto último no fue posible ya que Susana se declaró insolvente. Hacía tres años que había rehecho su vida casándose con un pacifista miembro de Hare Krishna.  

 

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